Fue cuando tu que sì, por què no, y los demàs aceptaron la idea, salida de improviso. Una idea que se iba recolando de adentro quizà desde que mirè frente a tus ojos un tanto entrecerrados y hacia la tonada de tu voz un poco màs baja que de costumbre. No sè si sentiste lo mismo que yo, no lo sè porque tu actitud fue la de siempre.
Asì, sin quererlo, se iniciò la parte de la noche junto a la mesa del bar donde las voces de los otros eran apenas murmullos forasteros en nuestra frecuencia de ciclos y luminosidades, encendidos pese a las voces de los que cantaban sentados junto al piano.
Entonces la noche con llovizna, se hacia afuera de ruidos de claxon y nosotros estabamos en la segura protecciòn del bar donde la prisa fingida de los meseros se acercaba para servir y uno de todos los de ese sitio se iba a convertir en el constructor de lo vivido para referirse a ti, ala mùsica, a los gringos, o a los borrachos desperdigados en las otras mesas.
Carmen, quiza en la tarde, saliste de casa harta de repetir la rutina y te fguiste por las calles en la semiduda de tu viaje y en la pesadez que sientes luego de discutir. Ese turbiòn de palabras que afloran frente a tu marido. Ese circulo obsesivo de viajes, dinero acumulado, gastos de la casa y exceso trabajo. Quizà por eso y otras mil causas te obligaron a alquilar un estudio donde en tardes,como la de ahora, te refugiabas, y dejabas que los pinceles dibujaran claros-oscuros sin una idea fija de lo que deseabas reproducir en la tela. Eran largas cavernas, niñas bajo la sombra de higueras plagadas, sombrios palacios blancos, o esquinas sin faroles, o simples manchones donde tu imaginabas extrañas leyendas.
Al llegar a tu altillo prendiste la luz y recorriste, desde la misma puerta, todo el estudio. Miraste las telas y las pinturas, la caja, regalo de Franz, el cuadro comprado en venecia, la estatuilla de londres y el chal con que te cubres cuando las tardes dejan ese sabor de bruma que te encierra en tus recuerdos de la ciudad de provincia, donde corriste`por los parques y te dejaste enamorar por Franz hasta que se casaron y se fueron a vivir a ciudades lejanas y asentar el tiempo en la que ahora habitas, con tu fastidio y la terquedad de tus pinceles.
Llevabas el vestido verde que marcaba bien la amplitud de tu cuerpo y recortaba un poco la v desde el principio de los pechos, y alisaste el cabello en ese giro que siempre otorgas cuando te sientes cansada del estudio y de las seminoches, con autos brillantes y ruidos ajenos a tu realidad de espera. Dejaste el bolso de cuero y tomaste la paleta, pero antes de cubrirte con el chal y de trazar la primera linea, el primer manchòn, la inicial raya de mando, echaste la cabeza para atràs, moviste las crenchas negras, dejaste que el aire de la habitaciòn se metiera por la abertura del vestido y te fijaste en tus manos largas. Las miraste contra la ventana y te sentiste mortalmente aburrida de estar horas encerrada sin precisar algo. Entonces dejaste todo e hiciste vibrar el cabello al salir de nuevo a ala calle. Agarraste por tu cuenta las parrandas... terminaba la cancion gritada a cantos sin ritmos y con el piano indefenso de sentir el rechazo atacado por los hombres. que yo sabia te miraban desde sus sitios y reclamaban mi buena suerte, sin saber de mi angustia, de mi aùn sorpresa, y que tu estancia ahi era un simple vuelo de flechas ausentes y conversaciones retaceadas. Al tomar un trago mas de tu copa delgada, regresaste al momento en que caminabas por la calle, con la amenaza de la lluvia, y te dirigias hacìa el cafè. De seguro te ibas a encontrar con los eternos habitantes del lugar, discutiendo de tècnicas, de objetivos, de formas, y tù, Carmen ibas a dejar caer el sonido de tus palabras de vez en vez, para señalar algo, o recordar otra cuestion sobre un tema que ya para entonces te hiba a parecer aburrido. Porque si bien tu cueva-altillo-amparo lo tenias dibujado de ideas y trazos, sòlo era, y tù sabìas eso, la manera que habìas inventado para hacer menos largo el tiempo y asi no enfrentàrtele, decorado con los chillidos de tus hijas y la obsesividad reducida de Franz.
¿Recuerdas que una ocasiòn tu marido te dijo que tu podìas hacer lo que quisieras?
¿Recuerdas el tono con que lo dijo?
¿Lo recuerdas?
Porque tu deseabas que Franz se hubiese encaprichado en tenerte junto, nada mas para el, sin compartirte con las miradas que sientes, con los susurros que intuyes, con los reclamos que te acechan, con lo que observas cada ocacion que alguien se acerca, te busca zalamero, para cantar tus bondades en la pintura y tù sabes, por dentro, que te estan hablando de tus caderas de la forma de la curva en el vientre, en las manos que cantan linduras, en los ojos claros y en la mata de pelo que se te inunda desde todos los sitios. Asì que al escuchar de nuevo la teoria de algo que ni te acuerdas, pensaste si no era mejor regresar al altillo y pintar con bostezos, dejar que la noche avanzara hasta dejarte aplastada y con ganas de aceptar la rutina y meterte a la oquedad de tu casa, y dejar abiertos los ojos, y oir las manera que Franz tuvo para pasar el dia en las oficinas de gobierno.
Y Carmen, no habia de otra, no la habia.
¿Què te hibas a imaginar que dentro de algunas horas estarias sentada en la mesita del bar escuchando carcajadas y verìas, atras de la barra, los adornos de madera que llamaron la atenciòn a uno de los que tambien compartìan el sitio?
¿Te lo hibas a imaginar,Carmen?
No, de eso tienes la seguridad. Pero al salir del cafè algo raro sentìas en el aire. Y no era que las casas hubieran cambiado de golpe y plumazo, sin entrar en eso tu sensibilidad opacada por la continuidad infinita de todo, aceptada desde el momento en que viste a tu ciudad de provincia quedarse chata y mansa bajo las alas del aviòn y supieras del olor a Franz que te mirò como pensando la posibilidad de haber arrancado algo de su propio yo, de haber destazado las ramas. Tù te conijaste en la mullida tranquilidad del asiento y abriste los ojos hasta que los brincos te indicaron que habian aterrizado. Entonces Franz te tomò del brazo y tu sentiste que ese mismo brazo te hiba a dirigir, a llevar a travès de brumas y distancias, por casas, departamentos, paises lejanos y rayones a tus telas cuando en el altillo sientes ganas de tirar todo a la basura y dejar que las gotas de lluvia se metan en cada uno de tus huecos y ahoguen la rabia que a veces te aflora en la voz, tibia pero de fugas rasposas.
Alzaste la voz para preguntar si la cancion era de Jose Alfredo o de Ruben Mendez. Alzaste la voz pero no para saber quien diablos era el compositor de esa musica destripada por los borrachos que se recargaban entre ellos mismos y se apechaban a la barra, o se acodaban en el piano. Un piano mentiroso en su extensiòn, construido mas alla de sus propios limites, con la madera simulando territorios sin dueño, y desde alla venian las voces y las teclas y tù mirabas a cuatro personas que hablaban con la parsimonia que les da el tiempo. Un hombre de botas y tres mujeres de sonrisa abierta. Y viste un reflejo de lo que tu sentìas y supiste, sin verlo, que yo tambien usaba botas. Tù entonces quisiste participar en algo, que no sucediera lo que siempre pasaba en tu casa, cuando te quedabas dentro de tus ausencias y dejabas a Franz hablar y hablar de puestos, dinero y responsabilidades. Y mientras el hombre de la mesa de al lado pedìa otra ronda, tu sentiste a su vez mi mirada y supiste lo que queria sin mencionarlo: Que atras de toda esa palabreria estaba un reclamo, una forma, una manera de decirte tu belleza, y que yo, apenas mirado entre la gente, te estaba lanzando un SOS a las soledades de ambos.
Pero eso, todo eso, no sabìas que pasarìa. Y menos verte incrustada en un bar ruidoso, recamado en madera, y fuera, por completo,de lo que tù habìas pensado que sucederia en la noche.
Tengo miedo de buscarte, y encontrarte, donde dicen tus amigos que te vas...
Recalcabade nuevo el tipo que aullaba la cancion y tu en algo te identificaste con ella. Buscarte y encontrarte. Esa busqueda sin metas y ese encuentro como premio no buscado. Buscarte y encontrarte. Porque buscar sin encontrar sirve de nada y de nada sirve que no te decidas, total es cosa de divertirnos un rato, te dijo uno de los pintores cuando intentaba convencerte de que debìas ir esa noche. Te hablò del bar y te repitiò que no tardarìan mucho y tu pensaste que era lo mismo estar alla que en otra parte y si llegabas un poco tarde a casa, Franz desde su sillon, y con el televisor a medio volumen, te iba a ver, desde lo rubio de su cara, y te hiba a decir buenas noches, y marcando la palabra buenas como si no quisiera terminar la frase. Y entonces dijiste; sì, si voy, y te subiste al auto lleno de amigos y avanzamos en medio de las calles, ya lluviosas, con los semaforos, deslavados por el agua del parabrisas, como si fueran tus pinturas, y tu estuvieras dentro de una de ellas decidida, por fin, a terminarla.
Hasta ese momento supiste que la noche, pese a ser igual a otras miles, no lo era, y algo dentro te alerto. No en vano llevabas años de casada y en esos tiempos mucho escuchaste sobre la responsabilidad del matrimonio, sobre el papel de la esposa y la fidelidad que se requiere, y tu pensaste que nada de eso se hiba a quebrar, que no era importante irse a tomar unas copas a un bar con unos amigos que tampoco decian mucho mas. Solo se notaba mi silencio y yo sabia que tu no recordabas mi nombre completo y que apenas me habias visto en las reuniones de los pintores en el cafè, cercano al altillo que te servia de estudio.
Dentro del auto me observaste dos veces y te correspondi las miradas de estar solo ahi para estar contigo y por primera vez te sentiste nerviosa, creo. Unos nervios diferentes, es cierto, a los que te picaron la tarde que al llegar lejos de tu casa, Franz se notaba dueño de la situacion. Tan dueño que te la hizo sentir tantas veces como fue necesario y tù soportaste eso hasta que los silencios se establecieron como señorones del todo dentro de la casa amplia y de extensos ventanales.
Pero aùn dentro del auto, ya rumbo al bar donde escucharìas tonadas y cantos mal construidos, tù sentìas que las barreras, tus muros de contenciòn, tus artillerias, tus defensas primarias, tus avanzadas y tu logìstica serian respetadas y temidas por los circundantes. Y asì fue hasta que te sentaste en la silla y tu cara quedò frente a la mìa, silenciosa y me miraste de nuevo y tu sentiste algo que se te entreveraba en medio de los muslos y por mas que intentaste alisar el vestido verde, se te quedò ahì como soldado de imaginaria.
Y nada, ni el ruido de las mezcladoras, o el tin tin de los hielos, o los dichos, los rumores, las teclas del piano, y la cancion gritada, nos pudieron sacar de nuestras miradas. Tù estabas detenida en el tiempo y yo no sabìa lo del estudio, lo de Franz o tus pinceles, ni intuìa tus viejes o tus ausencias. Eramos los dos en medio de tus muslos y por mas que intentaste alisarnos algo, conjuntados en el bullicio, hicimos avanzar las manos por la mesa y las aferramos. Eran las manos largas tuyas y las temerosas mìas, las cuatro que se asentaron, como banderas sin patria, sobre la mesa atascada de colillas y vasos y no escuchamos nada de lo que por ello se decìa, y tù, Carmen, sentiste lo mismo que yo, lo que subìa desde lo mas profundo de la piel, y la noche era apenas y nos levantamos y salimos abrazados hacìa la calle.
Rafael Ramirez Heredia.
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